El mundo y su cascarón, el casacón y su ave

 




Al terminar un buen libro, siempre hay algun personaje, algun pasaje, alguna frase que no conseguimos quitarnos de la cabeza, "un ave gigantesca rompía el cascarón. El cascarón era el Mundo, y el Mundo había de caer hecho pedazos". Estas palabras puestas en boca de Demian por el gran Herman Hesse, me atraparon; consiguieron anidar en el más recóndito lugar de mi conciencia, donde echaron raíces; su trascendencia ocupaba mis pensamientos y su sonido mi imaginación.

Y es que alguna vez todos nos encontramos en una estrecha empatía con Sinclair, quien vivió perdido durante su infancia, observando las dualidades de un mundo que no podía concebir. Un mundo alocado, donde la locura rebosa en los oscuros bares de cada ciudad y los delirios ignorantes salían a gritos por las ventanas de cada casa. Mientras que en las escuelas se repetían milenarios escritos, dogmas que cumplir y versículos que recitar para poder esquivar la locura y el pecado. Sinclair no entendía el ilógico sentido que sus profesores le querían dar al mundo. Según pasaban los años crecía su rebeldía ante los rituales sociales; ante el rebaño se mostraba crítico y hacía preguntas, pero las ovejas sólo seguían a su compañera más vieja y esta no tenía respuesta.

“El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene que destruir el mundo. El pájaro vuela hacia dios, el dios se llama Abraxas” Sinclair leyó esta nota dejada por su compañero de clase Demian, desde el instante que la leyó su vida cambió y así su adolescencia empezaba. Las olas de la incertidumbre hacían que se ahogase cada noche en una botella de vino. Y así paliaba su odio, sumergiéndose hasta llegar a ver el fondo de la verde botella.

Todos paliamos nuestro sufrimiento y nuestro odio sobre nuestro propio lienzo, cada uno crea su obra con sus propios pinceles, nosotros elegimos el color que queremos darle a nuestra vida y a nuestro mundo. Nosotros somos el pájaro que rompe el cascarón, que nace para revelarse contra el mundo y mostrase indiferente ante sus ritos y rituales. Y es que nosotros somos Abraxas, un dios que es bien y mal, un dios que es amor y es odio, un dios que no contempla dualidades, él es la unión entre lo divino y lo demoniaco, abraza el caos y el orden. Todos somos Abraxas y Sinclair. Todos nos vemos borrosos ante el reflejo de nuestro espejo, y no siempre comprendemos que no sólo hay blanco y negro.

Dios tiene la estúpida idea de que pasaría si yo no me reconociera como dios.

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